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El pecado imperdonable
Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.
Mateo 12:31.
El texto de esta mañana tiene dos partes: la primera es una promesa
maravillosa de Jesús: “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los
hombres”. La Biblia dice: “El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia”
(Proverbios28:13).
Dentro de tales pautas bíblicas, ¿qué pecados perdona Dios? ¿El adulterio? Sí. ¿El homosexualismo? Sí. ¿El asesinato ? Sí. ¿Las drogas? Sí, todo.

No hay palabra que abarque más que la palabra todo. Dios dice que no hay nada que él no pueda perdonar. No importa cuán bajo hayas caído, no importa cuán lejos hayas ido, todo te será perdonado. Menos el pecado contra el EspírituSanto.

¿Por qué Dios no perdona este pecado? ¿Será que Dios se cansa de perdonar? ¿Será porque el hombre hizo demasiado mal que Dios dice: “Se acabó la oportunidad para este hombre”?

Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Hechos 2:38

El pecado contra el Espíritu Santo es imperdonable no porque Dios no quiera perdonar, sino porque el hombre que lo comete no quiere ser perdonado y Dios no puede perdonar a nadie por la fuerza. El ser humano tiene que querer ser perdonado, tiene que caer arrepentido a los pies de la cruz. Entonces, Dios envía inmediatamente a millares de ángeles en su auxilio.

Dios le habla todo el día al ser humano a través de la voz de su conciencia, de la Palabra escrita y de la naturaleza. Una conciencia santificada por la presencia de Jesús en la vida es, sin duda, la voz del Espíritu Santo. Quien preste oídos a esa voz tiene la garantía de que continuará oyéndola y permanecerá sensible a ella. Quien cierre los oídos a la voz de Dios, a pesar de oírla, corre el riesgo de endurecer lentamente el corazón y llegar al punto en el cual no sienta más la voz de Dios. No significa que Dios no le hable más, no.

El Espíritu de Dios nunca se cansa; siempre continuará hablando, siempre suplicando, siempre esperando. El problema no está en
Dios, está en nosotros. Somos nosotros quienes corremos el peligro de llegar al punto en el cual no logramos oír más su voz.

Que en este día nuestra oración sea: “Señor, ayúdame a prestar oídos a tu voz. Cuando sienta que otras voces me llaman a caminar por caminos peligrosos, dame fuerza y la sensibilidad necesarias para oír tu voz. Guía mis pasos a este día. Camina a mi lado; dame tu brazo poderoso para sustentar mis pasos. !Amén!

Tomado de Reflexiones Cristianas.

Un abrazo.

M & N
Dios no se cansa de perdonar
¡Mirad por vosotros mismos! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”: perdónalo. S. Lucas 17:3, 4.
Cuando era adolescente, me impresionó una noticia sobre esa actriz de Hollywood que subió una noche a su departamento y al día siguiente no apareció en el set de fìlmación. La llamaron por teléfono, golpearon a su puerta y, fìnalmente, cuando forzaron la puerta, encontraron su cuerpo en la bañera. Se había suicidado, cortándose las venas.

Lo impresionante fue la nota dirigida a la policía: “No me suicidé, fui
asesinada. Atrapen al asesino antes de que acabe con toda la humanidad. Es el peso de la culpa“.

¿Por qué vivir abrumados por el peso de la culpa, si Jesús está dispuesto a olvidar nuestra vida pasada y a darnos siempre una nueva oportunidad?

Para entender mejor lo que Jesús está diciéndonos en el versículo de hoy, imagina que estás en un restaurante y que el mozo deja caer la comida sobre ti. El lo lamenta mucho, pide perdón y tú aceptas sus disculpas. Pero el hecho se repite luego en la hora de la cena, una y otra y otra vez. Ya estás con el pantalón, la camisa, la chaqueta y los cabellos manchados de comida, cuando el mozo aparece por séptima vez y, a pesar de todo el cuidado que tiene para evitar el accidente, derrama una vez más el postre encima de ti.

¿Qué harías? ¿Lo perdonarías ? Eso es lo que Jesús está diciendo. ¿Piensas que pediría algo de mí que no estuviese dispuesto a hacer conmigo?

El aspecto trágico del pecado no está en que Dios no pueda perdonar, sino en la triste realidad de que somos nosotros quienes no queremos perdonarnos.
Miles de personas andan por la vida anulados por el complejo de culpa. No logran sacarse de la cabeza el monstruo del autocastigo. No consiguen olvidar su pasado. No son felices.

Pero Jesús está mirándote: “Hijo, debes venir a mis brazos de amor. Yo ya olvidé tu pasado, ya pagué el precio de tu culpa; ven a mí y acepta mi perdón”. Finalmente, el versículo de hoy nos muestra la otra dimensión del perdón. Nunca aceptaremos el perdón divino si no estamos dispuestos a perdonar a nuestro hermano.

¿Tienes algo contra alguien? ¿Alguien te lastimó y eso no te deja ser feliz? Busca a tu hermano y abrázalo. Perdónalo así como Jesús está pronto a perdonarte.
Dios no se cansa de perdonar
¡Mirad por vosotros mismos! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”: perdónalo. S. Lucas 17:3, 4.
Cuando era adolescente, me impresionó una noticia sobre esa actriz de Hollywood que subió una noche a su departamento y al día siguiente no apareció en el set de fìlmación. La llamaron por teléfono, golpearon a su puerta y, fìnalmente, cuando forzaron la puerta, encontraron su cuerpo en la bañera. Se había suicidado, cortándose las venas.

Lo impresionante fue la nota dirigida a la policía: “No me suicidé, fui
asesinada. Atrapen al asesino antes de que acabe con toda la humanidad. Es el peso de la culpa“.

¿Por qué vivir abrumados por el peso de la culpa, si Jesús está dispuesto a olvidar nuestra vida pasada y a darnos siempre una nueva oportunidad?

Para entender mejor lo que Jesús está diciéndonos en el versículo de hoy, imagina que estás en un restaurante y que el mozo deja caer la comida sobre ti. El lo lamenta mucho, pide perdón y tú aceptas sus disculpas. Pero el hecho se repite luego en la hora de la cena, una y otra y otra vez. Ya estás con el pantalón, la camisa, la chaqueta y los cabellos manchados de comida, cuando el mozo aparece por séptima vez y, a pesar de todo el cuidado que tiene para evitar el accidente, derrama una vez más el postre encima de ti.

¿Qué harías? ¿Lo perdonarías ? Eso es lo que Jesús está diciendo. ¿Piensas que pediría algo de mí que no estuviese dispuesto a hacer conmigo?

El aspecto trágico del pecado no está en que Dios no pueda perdonar, sino en la triste realidad de que somos nosotros quienes no queremos perdonarnos.
Miles de personas andan por la vida anulados por el complejo de culpa. No logran sacarse de la cabeza el monstruo del autocastigo. No consiguen olvidar su pasado. No son felices.

Pero Jesús está mirándote: “Hijo, debes venir a mis brazos de amor. Yo ya olvidé tu pasado, ya pagué el precio de tu culpa; ven a mí y acepta mi perdón”. Finalmente, el versículo de hoy nos muestra la otra dimensión del perdón. Nunca aceptaremos el perdón divino si no estamos dispuestos a perdonar a nuestro hermano.

¿Tienes algo contra alguien? ¿Alguien te lastimó y eso no te deja ser feliz? Busca a tu hermano y abrázalo. Perdónalo así como Jesús está pronto a perdonarte.

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